domingo, 11 de abril de 2010

El medio es el mensaje

Existe una expresión, "libro objeto", que sirve para aludir a todo aquel ejemplar bibliográfico que, al margen por completo de su contenido, haya sido confeccionado de manera tal que despierte la voluntad de poseerlo y conservarlo por una cuestión estética, propiamente más como un objeto bello en sí mismo antes que como un dispositivo técnico concebido para permitir la transmisión de ciertos pensamientos o ideas a través de la escritura y otros medios de expresión gráfica. No obstante, acaso todo libro merezca, en cierto punto, ser tenido como un "libro objeto". Nos ubicamos, en este sentido, en el umbral mismo del fetiche.

Los otros días alguien comentaba "El grito manso", libro de Paulo Freire que, aparente paradoja, no fue escrito por Paulo Freire, pues en rigor se trata de la transcripción de una de sus últimas intervenciones públicas. Vale decir: son las ideas de Freire, pero no es su pluma. Quien comentaba el trabajo en cuestión, se preguntaba en un punto si las palabras de Freire hubiesen sido exactamente las mismas de haber sabido, o por lo menos sospechado su autor, que ellas iban a terminar convertidas en un libro. Y es que todavía hoy, en plena era de las comunicaciones digitales y electrónicas, el libro sigue siendo un objeto con un status quo especial, al cual resulta difícil sustraerse.

Hay un dicho que asegura: "El hombre es dueño de sus pensamientos y esclavo de sus palabras". Hubo una época en bastaba con que estas palabras hubiesen sido dichas. Hoy el valor de la palabra ha menguado, y se exige que las promesas sean realizadas en papel y rubricadas con una firma. Pero incluso cuando resulta comprensible que las palabras escritas tengan un mayor peso que las meramente dichas, pues la escritura fija las cosas a través del tiempo, un libro parece ser garantía de cierta seriedad y permanencia que no tienen, por ejemplo, las palabras impresas en un periódico o en una revista. Como alguna vez escribió Julio Cortázar, un diario, al ser leído, se convierte en un montón de hojas impresas, aptas para envolver verduras. Pero esto no parece suceder con el libro, que siempre sigue siendo libro.

En un contexto cultural en el cual todavía subsiste este fetichismo que hace del libro un objeto especial, incluso al margen de sus contenidos, ¿qué cabe esperar respecto de la trascendencia y/o legitimidad de los medios electrónicos? ¿Qué validez tendrán, por ejemplo, las palabras escritas en un blog, o en una página de internet cualquiera, siendo que ellas son inmateriales, mera impresión retiniana generada a partir de un haz de luz, pixels encendiéndose y apagándose, series de información binaria residentes en quién sabe dónde, que mañana mismo, o dentro de un segundo, pueden desaparecer, por accidente o por decisión de un administrador, sin derecho a reclamación ninguna?

Por supuesto, se trata nada más que de preguntas, que por el momento carecen de respuestas percisas. Después de todo, también la Biblioteca de Alejandría desapareció -como tantas otras- sin dejar detrás más que su memoria, sin que sirviera de nada la materialidad del soporte de aquellas ideas que literalmente se hicieron humo. De haber estado aquellos archivos digitalizados y subidos a internet, acaso alguien se hubiese ocupado de respaldarlos, con lo cual no se hubiesen perdido.

La cuestión, en todo caso, es si el status quo de los escritos inasibles que nos ofrece la pantalla podrán igualar, en el imaginario social y cultural, el peso del fetiche que respalda al libro. Y también si quienes nos ocupamos de volcar palabras en estos espacios, regidos por la inmaterialidad y amenazados por la fugacidad y la impermanencia, nos haremos debido cargo del peso de la palabra escrita, incluso cuando no sea sobre un papiro o sobre un papel. Porque las ideas, más allá de las formas, no dependen de los formatos. Y hay tanta basura impresa en libros como potenciales hallazgos esperando ser subidos a un anónimo blog de internet. El resto será, seguramente, tanto en el universo de los papeles como en el de las series binarias, como en aquella biblioteca infinita imaginada por Borges y emparentada con la bíblica Babel.


Un pedacito de película para el final:

8 comentarios:

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  2. Creo que internet nos ha invadido en el buen sentido, pero sus contenidos no alcanzan a tener el valor fetiche de un libro y las páginas no llegan a tener la importancia material de un "libro objeto". Quizá porque pensar en "páginas objeto" sea un oxímoron. Tenemos la sensación de que lo que vemos en la pantalla de la computadora vuela en el éter, esta ahí, pero no acá en mis manos, lo puedo imprimir, pero no será ya lo mismo.
    De todas formas, como vos bien decías Germán, las palabras volcadas en estos medios tienen el mismo peso que las que descansan en un libro y, como con todo en la vida, hay cosas buenas y malas en ambos formatos. Hay que pensar también que ningún soporte debería restarle importancia a las palabras, porque las palabras expresan ideas, y las ideas permanecen, son a prueba de balas.

    pd. Próximamente: plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro...crear un blog???
    pd2. Feliz estreno.

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  3. Camino por Av. Corrientes, entro en una librería y merodeo entre títulos y contratapas y me voy con las manos vacías. Tiene su encanto y también su melancolía. ¿Cómo elegir un ejemplar que valga la pena leer, atesorar, volver a leer?
    Entro a la web, hago un click, otro click, otro click y de "vacaciones en Jujuy" llego a "las propiedades curativas de la papa"... ¿Cómo elegir palabras que valgan la pena leer, atesorar, volver a leer? ¿Volveré a leerlas alguna vez o habrá tantas nuevas que no podré ni querré encontrarlas?
    El libro devino mercancía y como casi todas las mercancías hoy en día, son exclusivas y excluyentes. La proliferación de libros no implica su masividad, ni su accesibilidad ni su democratización. Quizás por eso el libro es objeto y "despierta la voluntad de poseerlo y conservarlo por una cuestión estética, propiamente más como un objeto bello en sí mismo", con el mismo criterio que hoy se tiene un perro o un reloj.
    Las palabras de la web son (por ahora) gratuitas, de diversos orígenes y expresan diferentes voces. Pero son tantas que se pierden en la vorágine de la vorágine. Todavía no existen editoriales, publicistas, ni señores marketing que puedan garantizar que un blog sea más leido que otro, por más bueno o malo que sea. Por suerte. Con la proliferación de voces viene la proliferación de oidos y con la libertad de decir lo que venga, la oportunidad de leer lo que quiero, entre lo que encuentro.

    Creo, Roberta, que tenes que sacar los ??? de tu pd.

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  4. Al margen del tema base, quisiera contar algo...
    Hace poco tiempo, tuve un ataque de nostalgia literaria, y sentí deseos de reencontrarme con libros que en algún momento de mi adolescencia me conmovieron. Comencé a buscar novelas (¿novelitas...?) por ejemplo, de Rider Haggard (Las minas del rey Salomón, El niño de marfil, etc.) y comprobé que si entramos en cualquier sitio para bajar música, encontramos la canción popular más recóndita, y en cambio los libros terminan en una fosa común anónima de donde no los podemos rescatar.

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  5. Gracias Roberta, y gracias Meri, por pasar por aquí. Por cierto, árbol (3), hija (1) y blogs (6) tengo. Me falta el libro, pero me consuela pensar que acaso lo compenso con un centenar largo de revistas, y con el hecho de que mi hija me ha salido muy bien.

    Hugo, gracias también por pasar, y en este caso retribuyo la gentileza con dos regalos:

    Las minas del Rey Saolmón:
    http://literatura.itematika.com/descargar/libro/127/las-minas-del-rey-salomon.html

    Ella:
    http://www.lomarli.com.ar/libros/Henry%20Rider%20Haggard%20-%20Ella.pdf

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  6. Gracias, Germán, por los regalos.
    Contribuyo con algo del maestro Dolina:
    "MENOS abultan los restos literarios de toda la antigüedad clásica que el formidable aluvión de libros, diarios, revistas y folletos que la imprenta de nuestro tiempo produce en una semana.
    Si la escasez de textos nos dificulta el conocimiento de ciertas épocas, su demasiada profusión puede tener el mismo efecto.
    Podemos imaginar a los futuros historiadores debatiéndose en perpetuas dudas, complicados por infinitos textos contradictorios.
    Desde luego, siempre nos queda la esperanza del oportuno extravío de las obras superfluas. Pero las enormes tiradas que permiten las máquinas modernas, hacen cada vez más difícil la extinción de un libro indeseable. Y por otra parte, nada nos garantiza que el destino no depare el olvido a los genios y el recuerdo a los mediocres y hasta a los imbéciles.
    Al respecto puede calcularse, - no sin alarma - que habrá más copias de esta ínfima monografía que de muchísimas creaciones respetables.
    Un aficionado muy activo podrá leer en toda su vida cuatro o cinco mil libros. Las visitas a las ferias y exposiciones permiten a las personas espantarse ante lo que nunca leerán. La visión concreta del tamaño de la propia ignorancia suscita un sentimiento parecido al que se experimenta mirando las remotas estrellas que jamás visitaremos. Para consuelo de las almas buenas, dígase que la mayoría de los libros y las estrellas no merecen recorrerse.
    En verdad, hoy cualquier cosa se convierte en un libro: una lista de códigos postales, un catálogo de un vendedor de perfumes, las áridas instrucciones para componer una caldera, el reglamento de un colegio, las ocurrencias automáticas de un poeta vulgar.
    Muchos genios han pasado a la historia sin dejar nada escrito.
    Hoy, en cambio, se editan los modestos silogismos de toda clase de individuos: comerciantes, adivinos, futbolistas, peluqueros, médicos, plomeros, cortesanas, manosantas, bandoleros y - cada tanto - escritores."

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  7. Me pregunto si el libro, como el disco, quedará relegado a un segundo plano por su versión digital. A primera instancia diría que no, que el fetiche de lo material es más fuerte. Que las diferencias entre un disco y un MP3 son mucho más leves, mientras que el valor de las páginas amarillas y subrayadas con lápiz que atesoro en mi biblioteca no se pueden comparar con una pantalla electrónica. Y sin embargo...
    http://www.clarin.com/diario/2009/09/22/um/m-02004001.htm

    Tal vez estemos en camino a que eso suceda. Tal vez el día en que nos preguntemos si conviene comprar un libro en Corrientes o en Ebay y pensemos ambas opciones como igualmente válidas... tal vez ese día los escritos digitales logren el mismo status quo que los "físicos".

    Saludos!

    PD: Te dejo mi blog de Tecnologías Educativas. http://saquenunahoja2010.blogspot.com/

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  8. Ya estoy poniendo un enlace a tu blog y pasaré a visitarlo. En cuanto a lo demás, tiene en parte que ver también con lo que intento decir en la segunda entrada de mi blog: es como que cada medio de comunicación, además de tener sus propias especificidades, tiene un cierto estatus en lo que hace a su reconocimiento social y cultural. Los blogs, por caso, cargan con el prejuicio de que han nacido prácticamente para que cualquiera pueda armar uno para contar su cotidianeidad, sea o no interesante, esté o no bien narrada. El libro, en cambio, nace como un objeto casi sectario. Pensemos que las bibliotecas más antiguas de occidente se ubicaban dentro de los monasterios y no cualquiera podía acceder a ellas. Sólo podían hacerlo los iniciados. Luego de Gutemberg esto cambia radicalmente, y hoy cualquiera puede escribir un libro... Pero queda un poco el concepto del libro objeto como elemento garante de cierto nivel que la pantalla pixelada no tiene. Después de todo, una pantalla es siempre una pantalla, no importa que sea de televisor, el monitor de una computadora o la pantalla de un iPod. Y así como tenemos el prejuicio del libro, también lo tenemos respecto de la pantalla, nacida para el entretenimiento y asociada además a lo fugaz. Lo cual no deja de tener, por cierto, algún asidero: al libro impreso, para que deje de decir lo que dice, hay que quemarlo, hacerlo desaparecer. En la pantalla, la ausencia de una materialidad hace que la fugacidad sea más notoria. Tanto en lo que se refiere a su cambio o a su desaparición. Edito este comentario y ya dice algo diferente de lo que decía antes, sin que queden rastros de la metamorfosis. Por otra parte, unos cuantos bytes de información guardados en un disco rígido, en una memoria de una máquina que uno no sabe dónde puede llegar a estar, que se borra, se desvanece, y ya. Simplemente el enlace que estaba disponible deja de funcionar. Hay que tener una gran dosis de fe, finalmente, para suponer que estos enlaces que hoy nos traen a este blog, o al tuyo, o al de la materia, mañana seguirán funcionando, porque carecemos de cualquier asidero material que los vincule directamente con nuestra realidad. Es pura virtualidad. Pero claro, del otro lado nuestra realidad está cada vez más atravesada por las pantallas. ¿Será una cuestión cultural, al fin y al cabo? ¿Debo ceder al impulso de querer dejar todas estas palabras resguardadas en un papel, por las dudas? Pero la reproducción de las ideas, por vía digital, es por otra parte instantánea. Es un instrumento mucho más adecuado para la multiplicación de las ideas. Por más que esto signifique un ataque de caspa para los dueños de las grandes editoriales. Pero entonces el otro problema: ¿cómo saber que esa copia de ese archivo es fiel reproducción de su original? Si leíste 1984 de George Orwell y recordás el modo en que funcionaba el Ministerio de la verdad, seguramente sabrás a qué me refiero.

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